Para consolidar su supremacía en Sevilla, Queipo contó con la Legión, al mando de Antonio Castejón Espinosa, y con los Regulares de Marruecos llegados desde Cádiz, A pesar de todo este tropel cuartelero el general tiene problemas. Uno de ellos era la organización de la represión de sus adversarios y que resolvió con el nombramiento de un capitán llamado Manuel Díaz Criado como delegado de Orden de Público para Andalucía Occidental y Extremadura. Este individuo ya tenía un glorioso historial conspirativo y delictivo desde la proclamación de la República y, sin lugar a dudas, reunía un brillante perfil para el puesto: era un sádico. Sin pérdida de tiempo, se fue a tomar posesión de su cargo y poner a la policía a sus órdenes, a la par que reunía a su alrededor un equipo de fieles seguidores compuesto con lo más granado de personajes ávidos de sangre, los que aplicarían la nueva justicia en España.
Pero Queipo tropezó a su vez con un nuevo problema. Tenía que matar a mucha gente, decenas y decenas de “rojos”, y eso creaba dificultades logísticas y operativas importantes ,así que hablo con el partido de Falange, que tan ardorosamente apoyaba la sublevación y contaban con hombres de gran abnegación y entrega, de tal manera que ofrecieron al señor delegado una recién creada Brigadilla de Ejecuciones (el nombre se lo dieron ellos) formada por voluntarios y dirigida por el Vieja Guardia Pablo Fernández Gómez, que se encargaría de asesinar a todos aquellos que el señor delegado dispusiera.
Empezaron muy pronto a funcionar y demostraron con creces el gran arrojo y valentía que tenían en eso de disparar a hombres y mujeres amarrados por los codos. Lo único desagradable eran los gritos, los insultos o que muchos de esos rojos no se dejaban matar y se negaban a andar hacia la tapia, de tal forma que había que matarlos al bajar del camión y dejarlos tirados por el campo a las afueras de la ciudad. Ya pasaría luego “el camión de la carne” y los recogería.
Pero aquí no acaba la historia, a estas Brigadillas de Muerte, se sumaron los terratenientes sevillanos, los señoritos y el mundo del toro. El más destacado fue el torero El Algabeño, otro asesino en serie al frente de una cuadrilla de pistoleros. Se ofreció enseguida a Queipo de Llano para realizar el trabajo sucio de la represión encabezada por este militar golpista. Bien formando parte de la camarilla de guardaespaldas de Queipo o matando a quien se pusiera por delante. Empezaron a trabajar en Sevilla dando un buen repaso a los barrios obreros, Pero en lo que verdaderamente destacó, y por lo que pasó a formar parte del imaginario fascista, fue en el llamado “saneamiento de los campos”. Desde el principio del golpe militar, unidades voluntarias e irregulares de caballería financiadas por el capital latifundista andaluz, se hicieron dueñas de la campiña, buscando, acosando y asesinando a cuantos jornaleros les parecieran sospechosos de izquierdismoé García Carranza, el Algabeño, mataba porque sí, porque poner cartuchos de dinamita en el cuerpo de los jornaleros y hacerlos estallar era motivo de conversación y vanagloria machista mientras se tomaba unas manzanillas en cualquier bar.
Pero no queda ahí la cosa. La represión de Queipo no acabó en los paredones y en las cárceles que muy pronto se multiplicaron. También en las prohibiciones. Prohibido el luto. Prohibido llorar en público. Prohibido inscribir a los muertos.
De manera que aquellos que murieron defendiendo la legalidad republicana en las barricadas de Triana y Macarena, los detenidos que asesinaron dándoles el “paseo”, no se encuentran inscritos en ninguna sitio, no están, no existen. Solo existían en el recuerdo de las familias y estaban tan aterradas que pasaron muchos años antes de que alguien hablara y contara lo que había oído entre susurros a la abuela. La política del miedo funciono a la perfección.
Todavía le faltaba al general dar más énfasis criminal, se le ocurrió que estaría bien torturar a los rojos a través de las ondas. Así que, desde los micrófonos de Radio Sevilla cada noche el pueblo escuchaba despavorido sus soflamas radiofónicas, su voz tenebrosa que lo impregnaba todo de miedo:
“Y ahora tomaremos Utrera, así que vayan sacando las mujeres sus mantones de luto”
“Canalla marxista! Canalla marxista, repito, cuando os cojamos sabremos cómo trataros”
Seguía retumbando su voz´.
Fuente: http://blogs.publico.es/memoria-publica/
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