viernes, 14 de abril de 2017

“Jesucristo es un personaje de ficción, como Superman o Indiana Jones”






Jesucristo nunca existió, ni tampoco los apóstoles. Los cristianos jamás fueron perseguidos y martirizados por los romanos, principalmente porque no hubo un solo cristiano sobre la faz de la Tierra hasta el siglo IV, cuando el emperador Constantino crea desde cero una religión monoteísta sobre la que cimentar su ambición. La ambiciosa y delirante idea parte de Lactancio, un maestro de retórica convencido de que la supervivencia del Imperio dependía de la sumisión de los romanos a un dios único.
No se trata del argumento de una novela –aunque esté novelada- sino de la conclusión del escritor Fernando Conde Torrens tras 23 años de minucioso estudio de los llamados “textos sagrados” y que expone en su controvertido libro ‘Año 303: inventan el cristianismo’ (Alfa Andrómeda). La tesis de la inexistencia histórica de Jesús no es nueva –ha sido defendida antes por Robert Price o Llogari Pujol– pero Conde ha llegado por un camino inédito: comparando los textos originales en griego, idioma que tuvo que aprender para llevar a cabo la investigación, y detectando que “no hubo cuatro evangelistas sino dos autores: Lactancio y Eusebio de Cesárea”, que escribieron la falsificación entre los años 303 y 320 de nuestra era.









De estar en lo cierto la hipótesis de Fernando Conde estaríamos sin duda ante el mayor fake de todos los tiempos. Fernando atendió la llamada de Strambotic desde su hogar en la muy católica Navarra.
-Ayer nos despertamos con la noticia de que Defensa había ordenado a los cuarteles poner la bandera a media asta por la muerte de Jesucristo. Esto está sucediendo en 2017.
-La sociedad sigue estando muy condicionada por la religión católica: el 100%, incluso los que se denominan ateos o agnósticos, entre otras cosas porque sus hijos se educan donde se educan y con las consecuencias fatales de este fraude. Yo le llamo el viejo paradigma, un paradigma que habrá que superar.
-Los llamados “miticistas”, como Robert Price, comparan a Jesucristo con Superman. Celebrar el nacimiento de Jesucristo sería el equivalente de celebrar el de Superman.
-O el de Batman, o el de Indiana Jones, claro. En literatura no cuesta nada inventar. El papiro lo aguanta todo.
 -¿Por qué no se ha desmantelado esta enorme falsificación en 1.700 años?
-Porque las altas esferas, y ahí incluyo al gobierno actual, forman un bloque que está ligado a la jerarquía eclesiástica y, claro, lo que la jerarquía intenta por todos los medios es actualizar esta falsificación y hacer creer que sigue estando vigente.
-Llevada a sus últimas consecuencias, un libro como el suyo, que demuestra la falsedad del cristianismo, debería implicar el desmantelamiento de toda la gigantesca estructura creada en torno a la figura de Cristo.
-Efectivamente, si la sociedad asume que Jesucristo no existió, ni ningún apóstol, ni hubo mártires se producirá eso que tú dices, pero eso es sólo el paso previo. Lo importante es que recuperemos la doctrina auténtica que existía antes de que aquellos tres sinvergüenzas –Lactancio, Constantino y Teodosio– la sepultaran con el cristianismo. No basta con eliminar algo negativo: tenemos que recuperar lo positivo que se nos robó.
-¿A qué se refiere?
-Al helenismo que había en Grecia antes de Constantino. El gran crimen del cristianismo no es que nos haga adorar a un ser que no existió y dé una visión de la divinidad falsa, deformada y casi indecente. Los mejores hombres de la Humanidad hasta entonces, que habían nacido en ese paraíso para el pensamiento libre que fue Grecia habían encontrado el motivo de la existencia, la razón de ser, la forma de evolucionar y de crecer, y lo exponían en escuelas de sabiduría, de las que en Atenas había tres, además de en Alejandría o Nicópolis.
Esa doctrina -que resiste la crítica del hombre del siglo XXI, porque la Verdad con mayúsculas no puede ser rebatida- fue sepultada por los cristianos: cerraron las escuelas, quemaron los libros y nos dejaron ignorantes. A cambio, nos dieron una doctrina majadera y en eso estamos, 52 generaciones después: carentes de herramientas para la vida.
Espero que Occidente sea capaz de decir no sólo “esto es falso” sino también “esto es auténtico” y recupere lo que perdió con Constantino y compañía.
-La victoria del Dogma sobre la Razón…
-… Y de la victoria del fanatismo y la intolerancia sobre la ciencia, la inteligencia y la Evolución, que era lo que pretendía Sócrates, y otros antes que él, empezando con Pitágoras en el 500 a.C. Entre esa fecha y el 300 d.C. ese pensamiento fue progresando y llegó incluso a impregnar a los emperadores filósofos, los Antoninos, lo que sería el equivalente a que un hombre sabio estuviera hoy en la Casa Blanca.
-¿Era realmente necesario inventar una religión que unificara el Imperio romano para evitar su desmembramiento?
-En absoluto. Hay que darse cuenta que, durante 1.700 años, nos han vendido una imagen de la Historia que es la que convenía a la falsificación, y por ello se ha ensalzado por las nubes a Constantino. Fue su antecesor, Diocleciano, el que verdaderamente solucionó el problema que tenía el Imperio romano de inestabilidad.
-¿Por qué entonces ese afán por conseguir un Dios único para los romanos?
-La continuidad ya estaba conseguida, pero de ninguna manera era necesaria una unión porque Roma había sido tolerante con todos los dioses de los países conquistados, y ahí está el Panteón para demostrarlo. Lo que pasa es que a Lactancio se le metió en la cabeza que el Dios único estaba enfadado con los romanos por permitir la adoración de “dioses falsos”, según él. Este supuesto enfado iba a desencadenar el fin del mundo y, para evitarlo, había que poner en marcha una religión en honor al Dios único e implantarla en todo el Imperio. Eso fue lo que intentó vender a Diocleciano, que no le hizo ni caso, y le acabó vendiendo a Constantino.
-Más que un ingenuo que se deja embaucar por Lactancio, Constantino parece un pragmático, que ve en esa religión la manera de conseguir el poder absoluto.
-Efectivamente, es un pragmático. Él iba a lo suyo y pasaba por encima de todo, incluso de su palabra. El cristianismo no hacía ninguna falta, más bien al contrario. Posiblemente, el cristianismo ayudó a debilitar el imperio romano, en tanto dividió a la población en dos, generando pequeñas guerras civiles locales en algunos lugares de oriente: los nicenos, que no eran tolerantes, contra los no nicenos.
-¿Quiénes son los nicenos?
-Los seguidores de Lactancio, los partidarios de que Jesús era hijo de Dios. Los arrianos, seguidores de Eusebio, consideraban que Jesucristo era un maestro de sabiduría más. Desgraciadamente, estos últimos perdieron la batalla final y fueron borrados de la Historia.
Los nicenos practicaban la intolerancia más obtusa, así que su victoria derivó en que el cristianismo resultante fuera intolerante: quemar los bosques sagrados, derribar los templos y matar a quien no fuese cristiano niceno.
-Algo parecido a lo que hace hoy el Estado Islámico.
-Esto deriva de la mentalidad medieval. Si una etnia tiene mentalidad medieva, sucede. La convicción de estar en posesión de la verdad es una exteriorización del fanatismo que tenía Lactancio y que impregnó todo cristianismo.
Los reyes no deben estar a meterse con lo que sucede en la cabeza de sus súbditos.
-Crear una religión desde cero parece muy ambicioso.
-Y lo es, lo que pasa es que en aquel entonces se podía hacer. El cristianismo es la única religión monoteísta que se ha inventado desde cero, porque los judíos tenían unos textos primitivos que recuperaron cuando estaban en cautividad en Babilonia, porque su continuidad como pueblo peligraba. El Islam no digamos; ahí no hay nada que inventar: pusieron la doctrina que les pareció más conveniente. Pero el cristianismo es la única religión que, con una caradura impresionante, se ha inventado toda la película.
-Pero con la habilidad para basarse en el judaísmo, porque ya tenían los cimientos del Antiguo Testamento.
-En Roma estaban muy mal vistas las nuevas religiones. Lactancio, que sabía eso, lo que hizo fue recurrir a la única religión monoteísta que tenía a mano, que era el judaísmo y que le permitía remontarse hasta los tiempos de la fundación de Roma, incluso más. Robó el Antiguo Testamento a los judíos y creó el Nuevo Testamento. Eso implicaba hacer judío al hijo de Dios. Lo que hizo fue coger pasajes de la Torah judía y transformarlos para “anunciar” su llegada. Naranjas de la China: no había ninguna profecía que afectara a Jesucristo. Fueron todo construcciones literarias.


Mapa del Imperio romano según la división de Diocleciano.

-¿Los judíos denunciaron esta apropiación?
-Cuando en el año 300 se inventa el cristianismo, los judíos están desperdigados por todo el mundo (desde la Diáspora del 130) y no pueden racionalizar ni enterarse de lo que está pasando en Roma. Como todos los romanos, caen en el engaño de que Jesucristo existió y que todo fue histórico, e incluso incorporan en sus escritos tardíos –del año 500- a un predicador judío que puede ser Jesucristo.
-Los documentos escritos que nos legó la Historia, mejor cogerlos con pinzas…
-Así es: la falsificación es totalmente generalizada. Las interpolaciones, que son añadidos espurios, era una práctica habitual. Por eso precisamente se utilizaban los acrósticos ocultos, para tener la seguridad que ese mensaje provenía de esa persona correcta. También las estructuras: había mucho cuidado de que los escritos importantes, por ejemplo entre soberanos, tuvieron garantías de no haber sido falsificados. También se escribían libros con fechas anterior a la real, lo que da pábulo a falsas profecías.
-Por tanto, entre el año 0 y el 303 no existió ninguna persecución a los cristianos.
-Es que no había cristianos. Hay un indicio de esto: en los libros de Lactancio y Eusebio eran ángeles de Dios: se dejaban matar y aceptaban el martirio, pero cuando los cristianos de verdad tomaron el poder con Teodosio eran ellos los que quemaban templos paganos y destruían estatuas.





-Leyendo el libro da la sensación de que Eusebio, uno de los falsificadores, está enviando un mensaje en clave al futuro. Y que el receptor de ese mensaje eres tú. ¿Nadie había estudiado hasta entonces estos anagramas con la firma “SIMÓN” que Eusebio introduce en las versiones griegas de los evangelios?
-Esto es completamente desconocido. Hay otros investigadores independientes que defienden que Jesucristo nunca existió, pero han llegado a esa conclusión por otro camino. Los ortodoxos les llaman “miticistas” porque su proceso es comparar los mitos fundacionales de Hércules o de Mitra con la historia que sabemos de Jesucristo. Otros investigadores han actuado por comparación de textos, como el doctor Llogari Pujol, que ha comprobado que en los textos egipcios sagrados se encuentran el 70 u 80% de los Evangelios.
Lo que yo he hecho es entrar en el proceso de redacción de los textos cristianos, y para ello he aprendido griego: para leer el Nuevo Testamento en su lengua original y gracias a ello he podido encontrar pruebas documentales. Una prueba son los acrósticos: Eusebio se estaba riendo de lo que decía el majadero de Lactancio y puso “fábula, patraña, tontería”, que es lo que quiere decir “Simón”, que no es un nombre propio sino “bulo”.
-¿Esto es falsable?
-Sí, claro. La prueba está en el texto griego. Cualquiera que coja un Nuevo Testamento interlineal –castellano y griego- puede inferir lo que yo afirmo. Yo me he servido del Sinaiticus y del Alejandrinus, el primero es dominio público y el otro conseguí una versión en CD-ROM. Lo que no conseguí fue el Vaticanus, que aparentemente es inaccesible, pero con dos es suficiente para inferir el texto primario.
-¿Y estas biblias contienen los textos originales de Lactancio y Eusebio, las falsificaciones del Nuevo Testamento?
-Absolutamente negativo. El texto que escribieron Lactancio o Eusebio es lo que yo llamo “texto primario”. Cuando se descubrió que existían acrósticos de “Simón” se ordenó que se destruyeran todas las copias en los conventos, cenobios e iglesias. Entonces, en la época de Teodosio, surgieron los textos secundarios: el Sinaiticus y el Alejandrinus, el Vaticanus y otros en papiro que pueden existir. Los primarios se queman y sólo quedan los secundarios. Lo que pasa es que con dos textos secundarios se puede reconstruir el primario, tal y como explico en el libro.
-¿Cómo han reaccionado los académicos a su libro?
-De varias maneras: hay quien me ha rebatido detalles metodológicos, hay quien ha reconocido que no puede arriesgar su posición académica por debatir conmigo y finalmente hay quienes han decidido que mi libro “es una tontería y que no merece la pena ni leerlo”.
-¿Te consideras un hereje, académicamente hablando?
-Si esto lo hubiera escrito hace 200 años, la Inquisición ya estaría encima. Por suerte, hemos logrado nuestro derecho a expresarnos. Lo que sé que tengo perdida es la batalla con el consensum editorum: los así llamados “entendidos” son partidarios de la falsificación y llevan negando cualquier teoría disidente desde hace 150 años, desde Tubinga.


Fernando Conde. Imagen: El Correo.

‘Año 303: inventan el cristianismo’ (Alfa Andrómeda). Más información sobre Fernando Conde en Sofia Originals.

domingo, 9 de abril de 2017

“Hay una colisión inevitable entre ciencia y religión”

Alan Sokal, cientifico estadounidense, en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
Alan Sokal, cientifico estadounidense, en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
Alan Sokal (Boston, EE UU, 1955) se hizo famoso a finales de los 90 por sus ataques a los académicos posmodernos. Pretendía poner en evidencia a los intelectuales que negaban la existencia del conocimiento científico como algo verdadero, exterior a los propios investigadores y que era en realidad una construcción social. En 1996, este profesor de física de la Universidad de Nueva York y de matemáticas en el University College de Londres envió un artículo que él mismo describía como un rotundo sinsentido a la revista postmoderna de estudios culturales Social Text. Pretendía comprobar que una publicación de este tipo imprimiría cualquier planteamiento absurdo siempre que sonase bien y apoyase los prejuicios ideológicos contra las ciencias exactas de los editores. Aquel texto, en el que decía cosas como que “es cada vez más obvio que la realidad física es fundamentalmente una construcción social y lingüística”, pasó todos los filtros y se publicó, dejando en evidencia a los responsables de la revista y a decenas de intelectuales.
En una reciente visita a Madrid, invitado por la Real Sociedad Española de Física y la Fundación Ramón Areces, el investigador estadounidense demostró que sigue teniendo en el punto de mira a las élites que no respetan los hechos. Ahora, sin embargo, ha cambiado de prioridades y deja descansar a los catedráticos de humanidades que apenas tienen influencia fuera de las universidades. Quiere impulsar una forma de ver el mundo que dé importancia a las pruebas, una cosmovisión en la que la ciencia, con su capacidad para recopilar información y sacar conclusiones objetivas que todos podemos compartir más allá de las creencias, es la herramienta fundamental.
 
 
“La ciencia no es solo un saco de trucos útiles para comprender la física o la biología sino un método más general y una actitud racionalista basada en el modesto principio de que las afirmaciones empíricas deben ser sostenidas por pruebas empíricas”, resume.
Toda la autoridad de las religiones en materia ética depende de la veracidad de sus doctrinas sobre los hechos
Pregunta. ¿Cuáles son los principales enemigos de una forma de ver el mundo en que los hechos sean importantes?
Respuesta. Comenzando por los más ligeros empezaríamos por los académicos posmodernistas, los que sostienen que el conocimiento es una construcción social. En segundo lugar, los promotores de la pseudociencia, que es un grupo amplio. Aquí están las terapias alternativas o complementarias en medicina. La homeopatía es un ejemplo que contradice todo lo que sabemos de física o química. En tercer lugar hay peores pseudociencias, como la negación de la evolución biológica, que se encuentra en la intersección entre política y religión.
Hay una oposición fundamental e inevitable entre la ciencia y la religión. No tanto por su discrepancia sobre teorías concretas como el heliocentrismo hace cuatro siglos o la evolución biológica. Más bien hay una contradicción fundamental sobre los métodos que los seres humanos deberían seguir para tener un conocimiento fiable del mundo.
P. ¿No son compatibles ciencia y religión?
R. Para mí, la idea de Steven Jay Gould según la cual la ciencia y la religión son dos magisterios que no se sobreponen, que la ciencia se limita a hablar de hechos y la religión a hablar de ética, no es sostenible. En primer lugar, porque los creyentes no pueden asumir la sugerencia de Jay Gould de no hablar de hechos. Un cristiano no puede no decir que existe Dios y que Jesús fue su hijo. Y en segundo lugar, si la religión se abstuviera de hablar de hechos, ¿qué autoridad tendría para hablar de ética? La única razón para prestar atención a lo que dice una religión en materia de ética es si sus doctrinas sobre los hechos son verdaderas. Si Dios realmente existe, debemos adaptar nuestra ética a lo que quiere Dios. Toda la autoridad de las religiones en materia ética depende de la veracidad de sus doctrinas fácticas. Por eso hay una colisión inevitable entre ciencia y religión sobre cuestiones de hechos. La religión no se puede abstener de hacer afirmaciones sobre la historia del universo o la historia humana.
El peor adversario de la  ciencia son los agentes de relaciones públicas y los políticos y empresas que los emplean
Hay un conflicto fundamental sobre los métodos que deben utilizar los seres humanos para llegar a un conocimiento fiable. Las ciencias utilizan las observaciones y los experimentos y la reflexión racional sobre datos empíricos. Las religiones aceptan la validez de ese procedimiento, pero sostienen que existen otros métodos también fiables, como la intuición, la revelación o la interpretación de los textos sagrados. Debemos preguntarnos si esos métodos son fiables. En los últimos cuatro siglos, la ciencia ha podido llegar a unos conocimientos extraordinarios confirmados por millones de observaciones y experimentos. La pregunta es si los métodos propuestos por las religiones tienen también tantas pruebas de fiabilidad y la respuesta es negativa. En este asunto de los métodos, la religión fracasa completamente.
P. Pero usted considera que hay un enemigo aún peor que la religión.
R. En mi opinión, el peor adversario de la cosmovisión científica son los propagandistas, los agentes de relaciones públicas, y los políticos y las empresas que los emplean. Todas las personas que no se preocupan por saber si una afirmación se sostiene en pruebas y que sencillamente tratan de convencer al público de una conclusión predeterminada con cualquier método que funcione por deshonesto o fraudulento que sea. Un ejemplo es el caso de la guerra en Irak con Bush, Blair y Aznar.
P. Usted considera que “el lado crítico y escéptico de la ciencia ha servido, durante los últimos cuatro siglos, como ácido intelectual, disolviendo las creencias irracionales como la monarquía o el sacerdocio que sostenían el orden político”. Sin embargo, pese a los grandes logros de la ciencia, la religión, sin necesidad de aportar pruebas de que sus afirmaciones son ciertas, continúa con una fuerza tremenda en gran parte del planeta.
R. 400 años después del nacimiento de la ciencia moderna se ve que esta transición histórica desde una concepción dogmática del mundo hacia una cosmovisión basada en las pruebas está muy lejos de completarse. Como hemos comentado, hay muchos adversarios de esta cosmovisión en el mundo y son muy peligrosos. Es verdad que en Europa la religión retrocede desde hace algunas décadas, pero en el resto del mundo no.
Las matemáticas deberían estar prohibidas a los menores de 18 años, para fomentar el interés
P. Es posible que saber que los datos están de su lado, hace que a veces los científicos no vean que los seres humanos, probablemente por nuestra historia evolutiva, necesitamos un relato que nos resulte interesante, más aún incluso que el relato esté basado en hechos reales. ¿No deberían los científicos o los activistas en favor de la ciencia tener en cuenta esta parte de la naturaleza humana?
R. Eso es muy importante. Decir que deberíamos seguir el método científico porque es más fiable es una cosa. Otra es saber si es natural o no para los humanos hacerlo y comprender cuáles son los obstáculos para la adopción general de este método. Estoy de acuerdo con que nosotros, los defensores de un punto de vista basado en las pruebas, tenemos que estudiar más a fondo cuáles son los obstáculos para su adopción. Son muy interesantes los estudios históricos y sociológicos que aclaran en qué lugares y en qué tiempos las ideas anticientíficas florecen, ya sea la religión u otras, y en qué lugares y épocas esas ideas antiintelectuales retroceden.
En Europa, las ideas anticientíficas crecieron mucho en Alemania en los años 20 y 30, hasta el punto de causar una guerra y un genocidio en un país que era el centro de la ciencia mundial. ¿Cómo sucedió? Es una cuestión histórica muy importante. Después de la Segunda Guerra Mundial, la religión y otras ideas anticientíficas están retrocediendo en la mayoría de los países europeos, pero eso cambia según los tiempos. Por ejemplo, la religión, que fue reprimida en los países comunistas, florece después del fin de estos regímenes. Se sabe que la mejor manera para fomentar algo es reprimirlo. Siempre he pensado que las matemáticas deberían ser prohibidas a los menores de 18 años para fomentar el interés.
P. Este impulso por buscar sentido a la vida en relatos o movimientos que están fuera de la realidad de los hechos ¿toma distintas formas? Por ejemplo, en Europa, la religión no tiene mucha fuerza, pero hay interés por determinadas pseudociencias o por otras interpretaciones alternativas de la realidad, filosofías orientales, relatos míticos... ¿Hay una adaptación de esa naturaleza humana que busca sentido en historias más allá de los hechos?
R. Probablemente existe, aunque insisto en que no soy especialista en psicología o biología evolutiva. En la mente humana hay distintas orientaciones que cohabitan y existe lo que llamamos en inglés “wish fullfilment”, una confusión de los hechos con nuestros deseos. Tienes razón en que si no surge en la religión puede surgir en otras formas, aunque a mi parecer son menos peligrosas. Los promotores de la homeopatía al menos no infligen guerras y persecuciones.
La enseñanza de la ciencia en las escuelas se parece demasiado a la enseñanza del catecismo
No tengo el sueño irreal de que todos los seres humanos sigan siempre en todos los aspectos de su vida y en todo momento una actitud realista basada en los hechos. Nadie de nosotros lo hace, ni siquiera los científicos profesionales. Pero lo que me gustaría es que hubiese una comprensión más general de la importancia de basar las decisiones en las pruebas fiables y en una reflexión racional sobre las pruebas. Me gustaría que retrocedieran los adversarios más peligrosos de esta visión, que hoy en día son las religiones, pero también ciertas ideologías políticas, como hemos visto en EE UU y veremos si sucede de nuevo en Francia este año.
P. Hay gente fuera del mundo de la ciencia que tiene cierto recelo a que los científicos puedan decir: estos son los hechos y deberíamos gobernarnos conforme a ellos. Puede parecer una imposición desde arriba que hace mella en la democracia.
R. La cosmovisión basada en las pruebas es un método general, que todos podemos utilizar, pero está claro que cuando analizamos algunos hechos, hay personas más expertas que otras. Cuando se trata de formular las políticas sobre medio ambiente, hay ciertos científicos especializados en estudiar el clima de la Tierra. Yo no soy uno de ellos. Entonces, tengo que tener confianza en el consenso de ese grupo de expertos, pero no es una confianza ciega como en un texto sagrado. Es una confianza racional basada en una comprensión general de los métodos que estas personas utilizan, del tipo de formación que han recibido y de la apertura de su comunidad a las críticas.
Pero las decisiones políticas dependen de muchos factores, no solo los científicos, también los económicos, políticos, sociales, decisiones éticas. La tarea de los científicos es decir que si hacemos determinadas cosas, por ejemplo, el clima va a reaccionar de unas maneras. Después, todas las personas tenemos que tomar decisiones democráticas basadas en las mejores pruebas, pero que involucran también decisiones de orden ético, económico... Los científicos tienen un papel, pero es restringido y deben abstenerse de ir más allá. Cuando un científico propone determinadas políticas está hablando como ciudadano, que es su derecho, pero no como científico.
P. Pero para la mayor parte de la gente es imposible entender realmente si un científico le está diciendo la verdad o no, hace falta tener cierta fe en la ciencia también, cierta intuición de que el sistema funciona. ¿Cómo se puede hacer que los ciudadanos tengan una confianza en la ciencia y no en la interpretación religiosa?
R. Eso nos pasa también a los científicos profesionales. En todos los campos de la ciencia en los que no soy experto, el 99,9% de la ciencia, estoy en la misma situación. Tengo que dar cierta confianza, pero no es la fe en el sentido religioso. No es una confianza ciega. Es una confianza provisional y racional basada en primer lugar en una comprensión general de cuáles son los problemas y las pruebas ofrecidas y en segundo lugar basada en un análisis de los factores sociológicos, qué tipo de formación recibe esta gente, cómo se evalúa quién es experto, saber si la comunidad científica está realmente abierta a las críticas internas.
Lo que quisiera para la población general es una mejor comprensión de qué es la ciencia, comprender cómo trabajan los científicos y cuál es la actitud y la filosofía. En segundo lugar, una comprensión general de la ciencia actual y cuáles son las pruebas más importantes que la apoyan, y en tercer lugar, una mejor comprensión de la sociología de la comunidad científica.
Por ejemplo, si vamos a la Ciudad Universitaria [el campus de la Universidad Complutense en Madrid] y preguntamos a 100 alumnos si creen que la materia está hecha de átomos, el 95% dirán que sí. Pero si les preguntamos por qué lo creen, dudo que más del 5% de los estudiantes sepan dar razones racionales para creer en la existencia de átomos más allá de que sus maestros del instituto se lo han dicho. Es una lástima, porque en el instituto se puede explicar por qué creemos en la existencia de los átomos. Se puede explicar cómo a principios del siglo XX se tenían varios métodos para contar el número de átomos que hay en una cierta muestra de agua, a través de un método físico y otro químico, y ambos coincidían. Eso es una prueba fuerte de que los átomos son reales y ahora tenemos una teoría concreta que predice las propiedades de los átomos a partir de la mecánica cuántica.
En una clase de instituto se podría explicar todo esto. Obviamente sin resolver la ecuación de Schrödinger, pero al menos en grandes líneas se puede explicar en varias semanas de trabajo. Así, los graduados del instituto tendrían un motivo racional para creer en la existencia de los átomos. Creo que, desgraciadamente, buena parte de la enseñanza de la ciencia en las escuelas se parece demasiado a la enseñanza del catecismo y de esa manera se traiciona la verdadera actitud científica. Me gustaría que en las escuelas se enseñara menos y se enseñara mejor.
Fuente: www.elpais.es

sábado, 1 de abril de 2017

¿Cómo terminará el capitalismo?

El sociólogo alemán Wolfgang Streeck define la era postcapitalista como un interregno inestable e ingobernable, en el que los individuos, abandonados a su suerte, podrán ser golpeados por el desastre en cualquier momento


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Pinball.

¿Cómo terminará el capitalismo? Esto se pregunta el sociólogo alemán Wolfgang Streeck en su último libro, How will capitalism end?, Y su respuesta no es precisamente halagüeña: “Antes de que el capitalismo se vaya al infierno, permanecerá en el limbo en el futuro próximo, muerto o a punto de morir por una sobredosis de sí mismo pero todavía coleando, pues nadie tendrá el poder para quitar de en medio su cuerpo en descomposición”. Después del capitalismo, explica Streeck, vendrá un interregno caracterizado por la inestabilidad y la ingobernabilidad, en el que los individuos, abandonados a su suerte, podrán ser golpeados por el desastre en cualquier momento.
Streeck era un oscuro profesor universitario hasta que, a raíz de la Gran Recesión de finales de la década de los 2000, sus artículos en la revista New Left Review empezaron a atraer a admiradores por sus agudos análisis del nuevo mundo en que nos adentrábamos. El volumen How will capitalism end? recoge estos artículos, en los que, de forma clarividente y provocativa, el autor pone negro sobre blanco, con datos que describen nuestra realidad y profundas reflexiones que nos ayudan a entenderla, el sentimiento de desasosiego que nos ha atenazado en los últimos y tormentosos años desde que todo se fue al carajo.
Streeck argumenta que el proceso de descomposición del capitalismo ya está en curso. El capitalismo ‘avanzado’ (las sarcásticas comillas son del autor) de los países de la OCDE ha ido tambaleándose de crisis en crisis desde los años setenta del siglo pasado. Cada crisis, elemento consustancial del sistema, se iba metiendo en un cajón, de modo que la solución temporal que se encontraba acababa abriendo otro cajón en forma de otra crisis, y así sucesivamente. La manta con la que los gobernantes han tenido que maniobrar es demasiado corta: si intentaban taparse los pies de la economía, con medidas impopulares exigidas por los técnicos, se destapaban el pecho de la política, pues causaban el descontento del electorado. El desequilibrio entre economía y política es intrínseco.

La desigualdad sistémica ha alcanzado tal nivel que los más ricos pueden considerar que su destino se ha vuelto independiente del destino de las sociedades de las que extraen su riqueza
Desde 2008, afirma Streeck, vivimos en la última etapa de esta secuencia de crisis. El estancamiento económico, la deuda y la desigualdad –“los tres jinetes del apocalipsis del capitalismo contemporáneo”– continúan devastando el paisaje económico y político. Hoy, el endeudamiento conjunto es más alto que nunca y la ‘recuperación’ (otras irónicas comillas del autor) no es más que la sustitución de desempleo por empleo de baja calidad.
En cuanto a la desigualdad sistémica, esta ha alcanzado tal nivel, denuncia Streeck, que los más ricos pueden considerar, con razón, que su destino se ha vuelto independiente del destino de las sociedades de las que extraen su riqueza y que, por tanto, pueden permitirse dejar de preocuparse por sus conciudadanos. Para mantener esta situación, los megarricos utilizan diferentes estratagemas. Por ejemplo, compran legitimidad social mediante actos de filantropía que en parte llenan los huecos en servicios sociales que deja su propia evasión de impuestos.
Al mismo tiempo que la secuencia de crisis iba avanzando, el matrimonio de conveniencia entre el capitalismo y la democracia se iba deshaciendo. La toma de decisiones relativas a la distribución de recursos escapó del ámbito de la acción colectiva hacia una esfera más remota y opaca controlada por ejecutivos de bancos centrales, organizaciones internacionales y reuniones intergubernamentales de ministros.
La viabilidad del modelo keynesiano que rigió en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, explica Streeck, dependía del poder político y económico que los trabajadores eran capaces de ejercitar en las economías nacionales más o menos cerradas de aquella época. Con el fin, en los setenta, de esta época dorada de crecimiento, las clases pudientes dependientes del beneficio empezaron a buscar una alternativa y la encontraron en la globalización. El capital presionó para ir a un nuevo modelo de crecimiento basado en la redistribución de abajo a arriba.
De este modo, continúa Streeck, empezó la marcha hacia el neoliberalismo, como una rebelión del capital contra el keynesianismo. Las menores tasas de crecimiento eran aceptables para los nuevos poderes siempre y cuando fueran compensadas por mayores tasas de beneficio y una distribución de recursos cada vez más desigual. La democracia se convirtió en una amenaza para este nuevo modelo y por tanto tenía que ser desconectada de la economía política. Así nació la “postdemocracia”, que Streeck caracteriza con una frase genial: “ahora los Estados están situados dentro de los mercados, en vez de los mercados dentro de los Estados”.
La industria financiera, al globalizarse, escapó del control democrático, convirtiéndose en un gobierno privado internacional por su cuenta, que mangonea a las comunidades políticas nacionales y a sus gobiernos. Hoy, expone Streeck, la democracia puede ser concebida como una lucha entre dos “electorados” –los ciudadanos de los Estados y los mercados internacionales– en la que el poder del dinero está por encima del poder de los votos.
La democracia, lamenta Streeck, ha perdido su carácter redistributivo e igualitario, por lo que en importantes aspectos es indiferente quién gobierne. Esta pseudodemocracia sirve para aparentar que la sociedad capitalista es producto de la elección popular, cuando en realidad hace tiempo que el control democrático ha desaparecido. Así, la ‘democracia’, vaciada de contenido sustancial, se convierte en una sucesión de debates estériles sobre los estilos de vida y características personales de los políticos y otras cuestiones culturales.
La democracia, lamenta Streeck, ha perdido su carácter redistributivo e igualitario, por lo que en importantes aspectos es indiferente quién gobierne
La globalización, afirma Streeck, ha movido los talleres clandestinos que Marx y Engels encontraron en Manchester a la periferia del capitalismo. Así, hoy los trabajadores explotados del Sur global y los trabajadores de clase media del Norte nunca tienen la oportunidad de experimentar juntos el sentimiento de comunidad y solidaridad que nace de la acción colectiva en común. Los explotados son objeto de caridad, como mucho, mientras que el estilo de vida consumista de Occidente depende de que continúe esta explotación. Al comprar camisetas o móviles baratos, los trabajadores de los países ricos, como consumidores, están poniendo presión sobre ellos mismos como productores, acelerando la deslocalización de la producción al extranjero y de paso socavando sus propios salarios, condiciones de trabajo y empleos.
Mientras tanto, explica Streeck, la flexibilidad creciente del mercado de trabajo ha sometido a los individuos a una presión implacable para organizar sus vidas en función de las impredecibles demandas de unos mercados cada vez más competitivos. El resultado es una polarización en aumento entre unas masas de perdedores empobrecidos; unas clases medias sobreexplotadas y absurdamente ocupadas, que se ven obligadas a aportar cada vez más horas de trabajo y más intensas a pesar de disfrutar de una prosperidad sin precedentes; y una pequeña élite de súper ricos cuya codicia no conoce límites, mientras que sus bonus y dividendos hace ya mucho que dejaron de cumplir cualquier función útil para la sociedad en su conjunto.
Para que este estado de cosas pueda sostenerse, el sistema incentiva cuatro tipos de comportamientos que Streeck denomina coping (enfrentar la adversidad con inacabables paciencia y optimismo), hoping (creer de forma ilusa que a uno le espera un futuro mejor a pesar de las circunstancias en las que uno se encuentra), doping (acudir a ayudas externas como, por ejemplo, drogas) y shopping (ser un obediente miembro de la sociedad consumista).
Las supuestas leyes naturales de la economía no son sino proyecciones de relaciones sociales de poder, que se nos presentan como necesidades técnicas
Una objeción razonable que se le puede poner al análisis de Wolfgang Streeck es que se fija exclusivamente en los países más desarrollados, obviando los tremendos avances que se han producido en las últimas décadas en cuanto a la reducción de la pobreza extrema, la mortalidad infantil o el analfabetismo a nivel global. Si bien es posible argumentar que el mundo nunca ha estado mejor que ahora, el sufrimiento y la desesperación de amplias capas de la población es innegable. El que las tesis de Streeck suenen excesivas o no dependerá de la situación en la que se encuentre el lector, pero exageradas o no, su inteligencia y coherencia son iluminadoras.
El libro se centra en el análisis de problemas más que en la propuesta de soluciones. Sin embargo, Streeck apunta algunas ideas para conseguir mejores condiciones de vida y de trabajo para la inmensa mayoría de la gente. Por un lado, hace falta revitalizar el movimiento sindical. Por otro, hacer más efectivos los impuestos sobre los ingresos y bienes de los vencedores de la liberalización; los Estados no deberían tener que llevar a cabo las funciones que les encomiendan sus ciudadanos en beneficio de la sociedad a base de pedir dinero prestado, que luego ha de ser devuelto con intereses a los prestamistas, que a su vez dejan sus riquezas en herencia a sus hijos.
¿Y qué hacer para restaurar el papel de la democracia como un correctivo eficaz del capitalismo? Streeck es muy escéptico acerca de las posibilidades de gobernanza, cohesión social y solidaridad que puedan conseguirse en una Europa supranacional (no digamos a una escala mundial), por lo que aboga por, en lugar de tratar de extender el alcance de la democracia para abarcar el de los mercados capitalistas, hacer lo posible para reducir el ámbito de estos últimos para igualarlos al de aquella. Es decir, para Streeck, la única manera de volver a someter el capitalismo al control democrático, y por tanto salvarlo de la extinción, es “desglobalizándolo”.
Una última reflexión de Streeck sirve de conclusión y de aviso a navegantes: las supuestas leyes naturales de la economía no son sino proyecciones de relaciones sociales de poder, que se nos presentan como necesidades técnicas. Si olvidamos esto, la economía capitalista se convierte simplemente en “la economía” y la lucha social contra el capitalismo es sustituida por una mera lucha política y jurídica por la democracia.
La democracia que tenemos no es suficiente si no nos permite acabar con las injusticias de esta modalidad de capitalismo que sufrimos.

Autor Alex Roche