Alan Sokal (Boston, EE UU, 1955) se hizo famoso a finales de los 90 por sus ataques
a los académicos posmodernos. Pretendía poner en evidencia a los
intelectuales que negaban la existencia del conocimiento científico como
algo verdadero, exterior a los propios investigadores y que era en
realidad una construcción social. En 1996, este profesor de física de la
Universidad de Nueva York y de matemáticas en el University College de
Londres envió un artículo que él mismo describía como un rotundo
sinsentido a la revista postmoderna de estudios culturales Social Text.
Pretendía comprobar que una publicación de este tipo imprimiría
cualquier planteamiento absurdo siempre que sonase bien y apoyase los
prejuicios ideológicos contra las ciencias exactas de los editores.
Aquel texto, en el que decía cosas como que “es cada vez más obvio que
la realidad física es fundamentalmente una construcción social y
lingüística”, pasó todos los filtros y se publicó, dejando en evidencia a
los responsables de la revista y a decenas de intelectuales.
En
una reciente visita a Madrid, invitado por la Real Sociedad Española de
Física y la Fundación Ramón Areces, el investigador estadounidense
demostró que sigue teniendo en el punto de mira a las élites que no
respetan los hechos. Ahora, sin embargo, ha cambiado de prioridades y
deja descansar a los catedráticos de humanidades que apenas tienen
influencia fuera de las universidades. Quiere impulsar una forma de ver
el mundo que dé importancia a las pruebas, una cosmovisión en la que la
ciencia, con su capacidad para recopilar información y sacar
conclusiones objetivas que todos podemos compartir más allá de las
creencias, es la herramienta fundamental.
“La ciencia no es solo un saco de trucos útiles
para comprender la física o la biología sino un método más general y una
actitud racionalista basada en el modesto principio de que las
afirmaciones empíricas deben ser sostenidas por pruebas empíricas”,
resume.
Toda la autoridad de las religiones en materia ética depende de la veracidad de sus doctrinas sobre los hechos
Pregunta. ¿Cuáles son los principales enemigos de una forma de ver el mundo en que los hechos sean importantes?
Respuesta. Comenzando por los más
ligeros empezaríamos por los académicos posmodernistas, los que
sostienen que el conocimiento es una construcción social. En segundo
lugar, los promotores de la pseudociencia, que es un grupo amplio. Aquí
están las terapias alternativas o complementarias
en medicina. La homeopatía es un ejemplo que contradice todo lo que
sabemos de física o química. En tercer lugar hay peores pseudociencias,
como la negación de la evolución biológica, que se encuentra en la
intersección entre política y religión.
Hay una oposición fundamental e inevitable entre
la ciencia y la religión. No tanto por su discrepancia sobre teorías
concretas como el heliocentrismo hace cuatro siglos o la evolución
biológica. Más bien hay una contradicción fundamental sobre los métodos
que los seres humanos deberían seguir para tener un conocimiento fiable
del mundo.
P. ¿No son compatibles ciencia y religión?
R. Para mí, la idea de Steven Jay Gould
según la cual la ciencia y la religión son dos magisterios que no se
sobreponen, que la ciencia se limita a hablar de hechos y la religión a
hablar de ética, no es sostenible. En primer lugar, porque los creyentes
no pueden asumir la sugerencia de Jay Gould de no hablar de hechos. Un
cristiano no puede no decir que existe Dios y que Jesús fue su hijo. Y
en segundo lugar, si la religión se abstuviera de hablar de hechos, ¿qué
autoridad tendría para hablar de ética? La única razón para prestar
atención a lo que dice una religión en materia de ética es si sus
doctrinas sobre los hechos son verdaderas. Si Dios realmente existe,
debemos adaptar nuestra ética a lo que quiere Dios. Toda la autoridad de
las religiones en materia ética depende de la veracidad de sus
doctrinas fácticas. Por eso hay una colisión inevitable entre ciencia y
religión sobre cuestiones de hechos. La religión no se puede abstener de
hacer afirmaciones sobre la historia del universo o la historia humana.
El peor adversario de la ciencia son los agentes de relaciones públicas y los políticos y empresas que los emplean
Hay un conflicto fundamental sobre los métodos que
deben utilizar los seres humanos para llegar a un conocimiento fiable.
Las ciencias utilizan las observaciones y los experimentos y la
reflexión racional sobre datos empíricos. Las religiones aceptan la
validez de ese procedimiento, pero sostienen que existen otros métodos
también fiables, como la intuición, la revelación o la interpretación de
los textos sagrados. Debemos preguntarnos si esos métodos son fiables.
En los últimos cuatro siglos, la ciencia ha podido llegar a unos
conocimientos extraordinarios confirmados por millones de observaciones y
experimentos. La pregunta es si los métodos propuestos por las
religiones tienen también tantas pruebas de fiabilidad y la respuesta es
negativa. En este asunto de los métodos, la religión fracasa
completamente.
P. Pero usted considera que hay un enemigo aún peor que la religión.
R. En mi opinión, el peor
adversario de la cosmovisión científica son los propagandistas, los
agentes de relaciones públicas, y los políticos y las empresas que los
emplean. Todas las personas que no se preocupan por saber si una
afirmación se sostiene en pruebas y que sencillamente tratan de
convencer al público de una conclusión predeterminada con cualquier
método que funcione por deshonesto o fraudulento que sea. Un ejemplo es
el caso de la guerra en Irak con Bush, Blair y Aznar.
P. Usted considera que “el lado
crítico y escéptico de la ciencia ha servido, durante los últimos cuatro
siglos, como ácido intelectual, disolviendo las creencias irracionales
como la monarquía o el sacerdocio que sostenían el orden político”. Sin
embargo, pese a los grandes logros de la ciencia, la religión, sin
necesidad de aportar pruebas de que sus afirmaciones son ciertas, continúa con una fuerza tremenda en gran parte del planeta.
R. 400 años después del
nacimiento de la ciencia moderna se ve que esta transición histórica
desde una concepción dogmática del mundo hacia una cosmovisión basada en
las pruebas está muy lejos de completarse. Como hemos comentado, hay
muchos adversarios de esta cosmovisión en el mundo y son muy peligrosos.
Es verdad que en Europa la religión retrocede desde hace algunas
décadas, pero en el resto del mundo no.
Las matemáticas deberían estar prohibidas a los menores de 18 años, para fomentar el interés
P. Es posible que saber que los
datos están de su lado, hace que a veces los científicos no vean que los
seres humanos, probablemente por nuestra historia evolutiva,
necesitamos un relato que nos resulte interesante, más aún incluso que
el relato esté basado en hechos reales. ¿No deberían los científicos o
los activistas en favor de la ciencia tener en cuenta esta parte de la
naturaleza humana?
R. Eso es muy importante. Decir
que deberíamos seguir el método científico porque es más fiable es una
cosa. Otra es saber si es natural o no para los humanos hacerlo y
comprender cuáles son los obstáculos para la adopción general de este
método. Estoy de acuerdo con que nosotros, los defensores de un punto de
vista basado en las pruebas, tenemos que estudiar más a fondo cuáles
son los obstáculos para su adopción. Son muy interesantes los estudios
históricos y sociológicos que aclaran en qué lugares y en qué tiempos
las ideas anticientíficas florecen, ya sea la religión u otras, y en qué
lugares y épocas esas ideas antiintelectuales retroceden.
En Europa, las ideas anticientíficas crecieron
mucho en Alemania en los años 20 y 30, hasta el punto de causar una
guerra y un genocidio en un país que era el centro de la ciencia
mundial. ¿Cómo sucedió? Es una cuestión histórica muy importante.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la religión y otras ideas
anticientíficas están retrocediendo en la mayoría de los países
europeos, pero eso cambia según los tiempos. Por ejemplo, la religión,
que fue reprimida en los países comunistas, florece después del fin de
estos regímenes. Se sabe que la mejor manera para fomentar algo es
reprimirlo. Siempre he pensado que las matemáticas deberían ser
prohibidas a los menores de 18 años para fomentar el interés.
P. Este impulso por buscar
sentido a la vida en relatos o movimientos que están fuera de la
realidad de los hechos ¿toma distintas formas? Por ejemplo, en Europa,
la religión no tiene mucha fuerza, pero hay interés por determinadas
pseudociencias o por otras interpretaciones alternativas de la realidad,
filosofías orientales, relatos míticos... ¿Hay una adaptación de esa
naturaleza humana que busca sentido en historias más allá de los hechos?
R. Probablemente existe, aunque
insisto en que no soy especialista en psicología o biología evolutiva.
En la mente humana hay distintas orientaciones que cohabitan y existe lo
que llamamos en inglés “wish fullfilment”, una confusión de los hechos
con nuestros deseos. Tienes razón en que si no surge en la religión
puede surgir en otras formas, aunque a mi parecer son menos peligrosas.
Los promotores de la homeopatía al menos no infligen guerras y
persecuciones.
La enseñanza de la ciencia en las escuelas se parece demasiado a la enseñanza del catecismo
No tengo el sueño irreal de que todos los seres
humanos sigan siempre en todos los aspectos de su vida y en todo momento
una actitud realista basada en los hechos. Nadie de nosotros lo hace,
ni siquiera los científicos profesionales. Pero lo que me gustaría es
que hubiese una comprensión más general de la importancia de basar las
decisiones en las pruebas fiables y en una reflexión racional sobre las
pruebas. Me gustaría que retrocedieran los adversarios más peligrosos de
esta visión, que hoy en día son las religiones, pero también ciertas
ideologías políticas, como hemos visto en EE UU y veremos si sucede de
nuevo en Francia este año.
P. Hay gente fuera del mundo de
la ciencia que tiene cierto recelo a que los científicos puedan decir:
estos son los hechos y deberíamos gobernarnos conforme a ellos. Puede
parecer una imposición desde arriba que hace mella en la democracia.
R. La cosmovisión basada en las
pruebas es un método general, que todos podemos utilizar, pero está
claro que cuando analizamos algunos hechos, hay personas más expertas
que otras. Cuando se trata de formular las políticas sobre medio
ambiente, hay ciertos científicos especializados en estudiar el clima de
la Tierra. Yo no soy uno de ellos. Entonces, tengo que tener confianza
en el consenso de ese grupo de expertos, pero no es una confianza ciega
como en un texto sagrado. Es una confianza racional basada en una
comprensión general de los métodos que estas personas utilizan, del tipo
de formación que han recibido y de la apertura de su comunidad a las
críticas.
Pero las decisiones políticas dependen de muchos
factores, no solo los científicos, también los económicos, políticos,
sociales, decisiones éticas. La tarea de los científicos es decir que si
hacemos determinadas cosas, por ejemplo, el clima va a reaccionar de
unas maneras. Después, todas las personas tenemos que tomar decisiones
democráticas basadas en las mejores pruebas, pero que involucran también
decisiones de orden ético, económico... Los científicos tienen un
papel, pero es restringido y deben abstenerse de ir más allá. Cuando un
científico propone determinadas políticas está hablando como ciudadano,
que es su derecho, pero no como científico.
P. Pero para la mayor parte de la
gente es imposible entender realmente si un científico le está diciendo
la verdad o no, hace falta tener cierta fe en la ciencia también,
cierta intuición de que el sistema funciona. ¿Cómo se puede hacer que
los ciudadanos tengan una confianza en la ciencia y no en la
interpretación religiosa?
R. Eso nos pasa también a los
científicos profesionales. En todos los campos de la ciencia en los que
no soy experto, el 99,9% de la ciencia, estoy en la misma situación.
Tengo que dar cierta confianza, pero no es la fe en el sentido
religioso. No es una confianza ciega. Es una confianza provisional y
racional basada en primer lugar en una comprensión general de cuáles son
los problemas y las pruebas ofrecidas y en segundo lugar basada en un
análisis de los factores sociológicos, qué tipo de formación recibe esta
gente, cómo se evalúa quién es experto, saber si la comunidad
científica está realmente abierta a las críticas internas.
Lo que quisiera para la población general es una
mejor comprensión de qué es la ciencia, comprender cómo trabajan los
científicos y cuál es la actitud y la filosofía. En segundo lugar, una
comprensión general de la ciencia actual y cuáles son las pruebas más
importantes que la apoyan, y en tercer lugar, una mejor comprensión de
la sociología de la comunidad científica.
Por ejemplo, si vamos a la Ciudad Universitaria
[el campus de la Universidad Complutense en Madrid] y preguntamos a 100
alumnos si creen que la materia está hecha de átomos, el 95% dirán que
sí. Pero si les preguntamos por qué lo creen, dudo que más del 5% de los
estudiantes sepan dar razones racionales para creer en la existencia de
átomos más allá de que sus maestros del instituto se lo han dicho. Es
una lástima, porque en el instituto se puede explicar por qué creemos en
la existencia de los átomos. Se puede explicar cómo a principios del
siglo XX se tenían varios métodos para contar el número de átomos que
hay en una cierta muestra de agua, a través de un método físico y otro
químico, y ambos coincidían. Eso es una prueba fuerte de que los átomos
son reales y ahora tenemos una teoría concreta que predice las
propiedades de los átomos a partir de la mecánica cuántica.
En una clase de instituto se podría explicar todo esto.
Obviamente sin resolver la ecuación de Schrödinger, pero al menos en
grandes líneas se puede explicar en varias semanas de trabajo. Así, los
graduados del instituto tendrían un motivo racional para creer en la
existencia de los átomos. Creo que, desgraciadamente, buena parte de la
enseñanza de la ciencia en las escuelas se parece demasiado a la
enseñanza del catecismo y de esa manera se traiciona la verdadera
actitud científica. Me gustaría que en las escuelas se enseñara menos y
se enseñara mejor.Fuente: www.elpais.es
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