El
próximo 14 de abril, se cumplen 85 años del advenimiento de la Segunda
República. Vivió ocho años, tres de ellos defendiéndose en guerra, tras
el golpe de Estado fascista contra la legitimidad democrática, otorgada
en las elecciones del 12 de abril de 1931 y el abandono precipitado del
rey Alfonso de Borbón, que huyó con la conciencia poco tranquila, por
los desmanes políticos y personales por el protagonizados. Aquellos
acontecimientos y estos días, son una oportunidad para ampliar mis
reflexiones republicanas y a ello me voy a dedicar.
En septiembre de 1923 el general Primo de Rivera había dado un golpe de Estado,
militar, por supuesto, auspiciado por el rey, «para salvar España de
los profesionales de la política». Su intención era poner en «orden»
España y devolver después el poder a manos civiles. El golpe fue apoyado
por la burguesía, la Iglesia, el ejército, los industriales catalanes y
los terratenientes andaluces. Todos contra la clase trabajadora que
reclamaba más salarios y más derechos y hacían peligrar, con el
creciente malestar social, los privilegios reales y de las clases
pudiente. El Partido Socialistas Obrero Español y la Unión General de
Trabajadores, se mostraron en principio ambiguos frente al golpe. La CNT
se mostró abiertamente contrarios al dictador. El Partido Comunista,
creado el 14 de noviembre de 1921, por una escisión del PSOE, convocó
una huelga general, que fue poco secundada y los huelguistas
perseguidos.
Primo
de Rivera, como buen dictador, disolvió el gobierno, que fue sustituido
por un Directorio militar, suspendió la Constitución, disolvió los
ayuntamientos y prohibió los partidos políticos. Todo el poder para el
ejército, que no estaba en sus mejores momentos, tras la guerra de
Marruecos y todos los sucesos trágicos en el norte de África. El
Directorio no tenía programa político salvo las dos cuestiones típicas
de la derecha caciquil de todos los tiempos: la unidad de la patria y el
mantenimiento del orden público. No fue todo negativo. Construyó grupos
escolares, pantanos, carreteras, ferrocarriles y creó empresas públicas
como Campsa, Telefónica o Tabacalera. Hay que tener en cuenta que la
peseta estaba fuerte y la industria había sido fortalecida por la
neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial.
Pero llegó la crisis internacional con el «crack» financiero de 1929
y la economía española se derrumbó y rugió la crisis social. Revueltas
estudiantiles, huelgas de trabajadores, disturbios, intrigas políticas
de adversarios y criticas desde dentro del régimen y sus
correligionarios militares. Primo de Rivera, confundido, creía contar
con el apoyo del rey, pero todo lo había perdido. Al día siguiente de
pronunciar la celebre frase «a mi nadie me borbonea», el rey, como buen
Borbón, que van dejando cadáveres políticos por donde reinan, le
abandonó. En el exilio de París murió el dictador un mes después,
dejando en herencia a sus hijos Pilar y José Antonio, con su ideología
fascista, que tanto hiciera sufrir a cientos de miles de buenos
españoles y españolas.
De una dictadura a una dictablanda, presidida por el general Dámaso Berenguer.
Nuevos desórdenes sociales y unas fuerzas políticas que nunca habían
perdonado al rey Alfonso su apoyo a la Dictadura, coincidieron en
derribar la monarquía. Incluso los liberales, que siempre habían
considerado la monarquía como su sistema de privilegios, se pasaron al
campo republicano, junto con nacionalistas catalanes e intelectuales.
Las elecciones municipales convocadas, que pretendían consolidar el
sistema y conseguir mayor apoyo popular, resultaron ser la perdición
real. La monarquía era considerada como un símbolo en decadencia.
Republicanos y socialistas, decidieron convertir las elecciones
municipales, en un plebiscito, sobre la continuidad de la monarquía en
España. La suerte estaba echada.
Previamente en agosto de 1930, en «El Pacto de San Sebastián»,
los partidos que asistieron (Alianza Republicana, Partido Radical
Socialista, Derecha Liberal Republicana, Acción Catalana, Acción
Republicana de Cataluña, Estat Catalá, y la Federación Republicana
Gallega), acordaron poner fin a la monarquía y proclamar la Segunda
República. Meses después el PSOE y la UGT se sumaron al Pacto. Se pensó
en organizar una huelga general, que fuera acompañada de una
insurrección militar, que metiera a «la monarquía en los archivos de la
historia» y establecer «la República sobre la base de la soberanía
nacional representada en una Asamblea Constituyente». La huelga general
no llegó a declararse y la «sublevación de Jaca» fracasó, siendo
fusilados los capitanes Galán y García Hernández. Muchos de los miembros
del «Comité Revolucionario» fueron encarcelados y otros huyeron del
país. El general Berenguer, para suavizar la situación y fortalecer la
soberanía del rey, aplicó la Constitución de 1876 que reconocía las libertades de expresión, reunión y asociación. Todo se estaba precipitando hasta el desastre final.
Tras
el cese del general Berenguer por el rey, forma gobierno el almirante
Juan Bautista Aznar-Cabañas, con viejos liberales y conservadores. Una
de sus primeras decisiones fue proponer nuevo calendario electoral: elecciones municipales el 12 de abril
y posteriormente elecciones a Cortes Constituyentes. Las elecciones,
suponían para la monarquía, volver a la normalidad anterior a Primo de
Rivera. Para las fuerzas republicanas una consulta sobre la forma de
Estado. Los resultados fueron un mazazo para los monárquicos, que poco
hicieron para evitar que Alfonso XIII perdiera el trono.
Los resultados el 12 de abril,
dieron a las candidaturas «republicano-socialistas» el triunfo en 41 de
las 50 capitales de provincia. Los partidos monárquicos ganaron en 9:
Cádiz, Palma de Mallorca, Las Palmas, Burgos, Ávila, Soria, Lugo y
Orense. La participación ciudadana representó el 70% del electorado. Los
monárquicos consiguieron 40.324 concejales, frente a los 36.282 que
obtuvieron los republicanos y socialistas. Los comunistas 67 concejales;
los partidos nacionalistas catalanes más de 4.000 y los vascos 267.
Cuando
en Madrid se conocieron los resultados parciales, que mostraban que las
ciudades más importantes eran mayoritariamente republicanas, el pueblo se echó a la calle para proclamar la República.
El rey, dejando a su familia atrás, abandonó el país. «España se acostó
monárquica y se levantó republicana», que diría el almirante Aznar. Unas elecciones municipales derrocaron a la monarquía.
Fuente: Víctor Arrogante
@caval100
No hay comentarios:
Publicar un comentario