Científicos suecos han encontrado un nuevo tipo de
meteorito que se produjo tras la mayor colisión de asteroides en los
últimos 3.000 millones de años. Es una pequeña roca oscura de menos de
10 centímetros, pero tiene un valor incalculable para aclarar aquel
evento, del que aún se sabe muy poco.
Hace 470 millones de años, un asteroide de unos 200
kilómetros de diámetro chocó con otro de menor tamaño en el cinturón de
asteroides, entre Marte y Júpiter. La colisión fue unas 1.000 veces mayor que la del meteorito que aniquiló a los dinosaurios cientos de millones de años después.
La Tierra fue literalmente bombardeada por los escombros de aquellos
dos cuerpos estelares, aunque en este caso su efecto pudo ser muy
diferente. Justo en aquella época sucedió uno de los mayores episodios
de diversificación biológica conocidos, un auténtico estallido de nuevas
especies de animales sin el cual ninguno de nosotros estaría aquí.
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“Estamos ante uno de los eventos más importantes en la
historia de la evolución y un paso crucial en nuestra propia línea
evolutiva”, explica a Materia Birger Schmitz, investigador de
la Universidad de Lund, en Suecia. De no ser por su equipo, el nuevo
meteorito se habría convertido en baldosas para la cocina. Desde hace 25
años Schmitz trabaja supervisando los trabajos en la cantera de
Thorsberg, al sur de Suecia, que está situada en el lecho del antiguo
océano en el que cayeron muchos de los fragmentos de los asteroides.
Hasta el momento ha rescatado 100 de estos meteoritos. Todos son
condritas tipo L, es decir, fragmentos del asteroide grande. Por ahora,
nadie había hallado ningún fragmento del cuerpo más pequeño, por lo que
se dudaba si desapareció por completo tras el choque.
"Este puede ser el primer fragmento documentado de un meteorito extinto"
El análisis de los isótopos de oxígeno y cromo muestra que
la composición del nuevo meteorito es totalmente diferente a cualquiera
de los más de 50.000 meteoritos conocidos hasta ahora, según explica
Schmitz y el resto de su equipo en un estudio publicado hoy en Nature Communications. La datación realizada por el equipo lo sitúa en la fecha de la gran colisión, un millón de años arriba o abajo.
“Este puede ser el primer fragmento documentado de un
meteorito extinto, de un tipo que ya no caerá nunca a la Tierra porque
el cuerpo del que proviene ha sido destruido por las colisiones”,
resalta el trabajo.
Esta esquirla de un asteroide perdido abre una enorme
ventana al conocimiento del Sistema Solar, pues demuestra que las rocas
que bombardeaban la Tierra hace unos 500 millones de años eran muy
diferentes a las de ahora. “La vida”, sugiere Schmitz, “también lo era”.
“Antes de la colisión de los dos asteroides, había muy
pocas especies de animales viviendo en el lecho marino”, explica
Schmitz. Después, hace unos 470 millones de años, sucede la gran
diversificación del Ordovícico, el verdadero estallido de vida animal en
la Tierra. “Hubo una auténtica explosión de nuevos invertebrados;
trilobites, moluscos, peces primitivos… fue la mayor diversificación
biológica conocida y la primera vez que se alcanzó un nivel de
biodiversidad similar al actual”, relata.
Schmitz mantiene que el cataclismo producido por los
asteroides fue el chispazo que necesitaba la vida para reinventarse y
progresar. Es la hipótesis de la perturbación intermedia. “Cuando las
condiciones son muy estables, todo se mantiene igual y cuando cambian
demasiado, los seres vivos se extinguen. Pero cuando hay una
perturbación intermedia que presiona en la justa medida, la vida
evoluciona como nunca antes lo había hecho”, razona.
Schmitz publicó por primera vez esta hipótesis en 2007
y desde entonces trabaja con el objetivo de “enlazar la historia de la
vida en la Tierra con los grandes eventos astronómicos, algo que apenas
se ha investigado”, asegura. “Es muy extraño que ambos eventos
coincidan, pero por el momento es muy difícil establecer si uno fue la
causa del otro”, reconoce.
Su equipo ha recibido dos millones de euros del prestigioso
Consejo de Investigación Europeo para seguir buscando más meteoritos
“fósiles” en la cantera sueca. El proyecto aplicará un equipo especial
capaz de analizar cinco toneladas de sedimento cada año para recuperar
minerales capturados en pequeños meteoritos, reconstruir su historia e
intentar averiguar qué sucedió hace unos 500 millones de años en el
Sistema Solar para que la composición de estos haya cambiado tanto.
Jesús Martínez-Frías, Jefe del Grupo de Investigación del CSIC de Meteoritos y Geociencias Planetarias del Instituto de Geociencias, IGEO
(CSIC-UCM), resalta que la principal importancia del trabajo "es que el
meteorito, el Öst 65, demuestra que hace 500 millones de años había
diferentes tipos de meteoritos cayendo a la Tierra, lo que nos permite
disponer de más datos para reconstruir cómo era la materia primigenia
que alcanzaba nuestro planeta”. Para José Luis Galache, investigador
español en el Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian
(EEUU) "es de esperar que se encuentren más meteoritos extintos, aunque
son mucho más difíciles de encontrar pues estarán enterrados a gran
profundidad bajo tierra, y quizás hayan pasado a formar parte de la roca
en el subsuelo, tal y como ha ocurrido con Öst 65".
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