Humboldt, que llegaría a ser el naturalista más renombrado de su tiempo, es hoy una figura arrinconada en la historia de la ciencia. Es paradójico, porque resulta muy difícil visitar alguna parte del mundo donde su apellido no haya bautizado algún lugar o algún fenómeno natural: la corriente de Humboldt junto a la costa de Chile y Perú, sierra Humboldt en México, pico Humboldt en Venezuela, el río Humboldt en Brasil, la bahía Humboldt en Colombia, el glaciar Humboldt en Groenlandia, montañas en China, Sudáfrica, Nueva Zelanda y la Antártida, cataratas en Tasmania y Nueva Zelanda, cientos de plantas y animales y hasta una de las manchas de la Luna, el mar de Humboldt. Pero eso son solo nombres, ¿verdad? Y el caso es que el de Humboldt no aparecería hoy en ninguna lista de los 10 o 20 grandes investigadores que han transformado el mundo.
La autora ha compuesto una narración admirable, tan preñada de entendimiento como de información novedosa
Hijo de un oficial de Federico el Grande y de una hugonote que había salido pitando de la Francia de Luis XIV, y que lo crio con rigidez calvinista, mal estudiante de niño, menos interesado en la literatura y la ciencia que en alistarse en el Ejército para librar lejanas batallas, tuvo que hacer un curso de ingeniería para enamorarse de la botánica, y después de toda la ciencia. Educado por destacados intelectuales de la Ilustración, tuvo ocasión de conocer —y de asombrar— a los pensadores, estadistas y científicos más destacados de su tiempo.
Los mapas de California, México y el sur de EE
UU no eran correctos hasta que el aventurero los rehízo, para deleite de
Jefferson
Y su influencia sobre otros pensadores y científicos posteriores fue aún mayor, y en parte pervive hasta nuestros días. Inventó las isotermas y las isobaras, esas líneas que unen los puntos de igual temperatura o presión que nos enseña la mujer del tiempo en la tele; descubrió el ecuador magnético de la Tierra; percibió la profunda semejanza que muestra la vegetación en todos los lugares del planeta cuando las condiciones ambientales son similares; al lector le bastará subir al Teide, como hizo Humboldt con ese y otros volcanes gigantescos, para contemplar todos los paisajes que ha visto en su vida en la Europa continental, por ejemplo.
Fuente: elpais.es
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